«Ellas no solo fueron fusiladas, encarceladas y torturadas durante la dictadura, también sufrieron una represión de género con el objetivo de imponer un modelo patriarcal y único de ser mujer. Muchas fueron humilladas por haber transgredido los límites de la feminidad tradicional durante la Segunda República.»
Marta Borraz
Las frases a medias, susurros y silencios que dulcificaban momentos terribles, se trataba de ocultar a un niño todo lo que había pasado en una familia, una más de las cientos de miles que sufrieron el horror del fascismo español.
Mi abuela y mi madre parecían tener preservado de alguna forma indefinible el legado del dolor, lo manejaban, lo llevaban en sus corazones heridos como quien porta una bola ardiente de sentimientos, pasándosela de mano en mano junto a la máquina de coser, tejiendo aquel futuro incierto, sobresaltadas cuando los perros ladraban o se escuchaba tocar en la puerta, aquel coche aparcado en la entrada del callejón con dos hombres que nunca se bajaban y miraban siempre hacia arriba.
Herederas de la tristeza también tenían tiempo para cuidarnos, brindarnos su amor, cuentos y leyendas, recetas ya perdidas, olores y sabores que no he vuelto a percibir en mi boca: tortas de calabaza, dulces de Carnaval con miel de palma, bizcochos de Tamaraceite, la tortilla de papas imposible.
Ellas, esposas e hijas de los presos y asesinados, mujeres que mantuvieron la memoria de los instantes, sufriendo entre miradas cómplices, trasmitieron sin saberlo la herencia más turbia y clandestina del alma.
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