«Nos reuníamos en el Barranco Chanica, veníamos de los pueblos cercanos cuando ya el sol se había ocultado, allí hablábamos nuestra lengua prohibida desde que el cielo se derrumbó sobre la tierra, era el momento de volver a nuestros orígenes, aquellos donde la magia del sol y las estrellas marcaba nuestro destino».
Carmita Tenesoya
A mi hijo Tetsu
Musitaba entre susurros roncos aquella lengua ancestral que solo entendían las más viejas de las cuevas de La Montañeta, había palabras que le sonaban a la gente nueva, viejos sonidos que no tenían letras sino símbolos en las piedras, mezclados con las impuestas por aquellos hombres que vestidos de hierro vinieron del norte atravesando el mar del silencio:
-Fue terrible- decía -lo que pasó se contó de madres a hijas, siempre entre mujeres, porque todos los hombres un día fueron exterminados, a nosotras nos dejaron para el gozo de los nuevos dueños de la isla-
Luego rezaba pero no adoraba a los santos, al Cristo, a las vírgenes de la vieja ermita de madera junto al barranco de las anguilas gigantes, miraba al sol con los ojos muy abiertos y por eso decían que estaba casi ciega:
-Padre Magec dame fuerzas para aguantar esta soledad, llévame contigo en el próximo solsticio, quiero abrazar de nuevo a mi bisabuela Atterati, comer de sus manos el polvo amargo de raíz de mocán, las semillas recolectadas en la montaña del Tratzaor-
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