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«Cada fusilamiento era una fiesta subían hasta el campo de tiro de La Isleta decenas de falangistas con sus familias, era una fiesta entre mujeres con banderas del yugo y las flechas, flechillas de menos de diez años, todos celebrando que allí estaban matando a lo mejor de nuestra tierra, la sangre parecía excitarlos, los tiros de gracia aumentaban su fervor patriótico».
Antonio Romero Déniz
Francisco Naranjo, conocido por «el del Valle de las Goteras», no se perdía ninguna ejecución en el campo de tiro de La Isleta, se le hacían pocas las desapariciones de hombres cada madrugada en los pozos y acantilados marinos que el mismo organizaba hasta el último detalle, este personaje fue el que tuvo la genial idea de empezar a tirar rojos por la Sima de Jinámar, ya que vivía en ese mismo barranco, en la carretera que unía Marzagán con el municipio de Telde.
Lo propuso en una de las reuniones de flechas y balillas celebrada en el barrio teldense de San Francisco, su propuesta fue acogida con entusiasmo por la repleta reunión de fascistas, que todavía no habían pensado en esta chimenea volcánica como lugar de ejecución y desaparición.
La Sima no estaba en ese año 36 en boca de quienes estaban viviendo o cometiendo el mayor holocausto de Canarias tras la llamada «Conquista» castellana sobre la población indígena, por eso la primera noche cuando subieron a los primeros veinte reos para lanzarlos al vacío, aquella especie de caravana de la muerte tuvo un tono festivo, no faltaron las botellas de ron aldeano, el vino del monte, los cachos de queso de flor, la peor de las crueldades con quienes iban en fila de uno con las manos atadas a la espalda sin casi poder moverse, solo caminar hacia su destino final: latigazos con pinga de buey, varas de acebuche, culatazos con los máuser en la cabeza, patadas y puñetazos, como si aquellos pobres diablos les hubieran hecho algún daño a los seres queridos de los nazis vestidos de azul.
La mayor indignación ciudadana fue que en ese grupo iba un futbolista de mucho renombre en la isla, se trataba de «Tejera», ala derecha del «Luz y vida» de Tamaraceite, un jugador muy conocido y querido entre la población, un joven fenómeno del fútbol canario, pretendido en aquellos años por equipos de alto nivel del panorama canario y nacional. Aquella brutal ejecución junto al de otros hombres de bien que no habían cometido más delito que pensar diferente a los sicarios de Falange, se unió semanas después al asesinato en el mismo agujero de José Santana Florido, bregador de alto nivel del vernáculo deporte, conocido por «Pollo Florido», un hombre de hierro que no había perdido jamás una luchada.
Corrió como la pólvora que Florido se llevó al fondo del abismo a uno o dos de los falangistas, cuando logró romper sus ataduras y lanzarse contra aquellos terroristas de estado, causantes de miles de asesinatos.
Naranjo fue varias insultado en plena calle, cuando se dirigía a ver los fusilamientos en uno de los vehículos del Conde de la Vega Grande, cedido a los falanges, varias personas en la calle Faro le llamaron ¡Asesino!
El renombrado nazi no mandó detener el coche para tomar represalias como hacía siempre, en esas ocasiones ordenó al chófer seguir su camino, de alguna forma sentía miedo, porque sabía que había mucha gente en contra de aquellos crímenes impunes.
Ya en el campo de tiro disfrutaba de lo lindo en cada fusilamiento, llevaban banderas rojigualdas, otras azules con yugos y flechas, comida, bebida, juntándose con familias enteras de falangistas, hasta sus mujeres y sus niños, lanzando proclamas patrióticas sobre la «Santa Cruzada», cantando el «Cara al Sol» y Vivas a España, como quien iba a una luchada o a un partido de fútbol, solo que lo que allí se veía era mucha sangre, alaridos de dolor, llantos, más de una vez hasta de los miembros de los pelotones de fusilamiento, que tenían que disparar en ocasiones contra amigos o familiares.
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