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Niñas y niños, mujeres y hombres de Agaete en 1937 (Fedac)
«Mi padre le mandó al tercer día a mi madre, junto con otro desaparecido, la chaqueta y la camisa manchadas de sangre. Le dijo: Dile a Lucía que me traiga ropa limpia. Mi madre fue a comisaría y ya mi padre no estaba. Aquella noche ya lo habían sacado».
Mari Luz Dámaso, hija de desaparecido vecina del municipio de Agaete
Un barrio entero llamado de “Las viudas”, donde la mayoría de los hombres habían sido desaparecidos, sacados a la fuerza de sus humildes viviendas por la “Brigada” para darles “el paseíllo”; y se hizo frecuente ver mujeres enlutadas recorriendo caminando la isla, en una especie de peregrinación ignorada por todos, andando de Agaete a Las Palmas, parando ante las grandes mansiones, preguntando en las puertas de la gente rica por el lugar exacto dónde habían terminado sus maridos.
En su mayoría eran muchachas de menos de treinta años, con tres o cuatro hijos en una situación de pobreza extrema y desconsuelo. Por donde pasaban parecía que llegaba de repente el invierno más frío de la tristeza, las niñas y los niños jamás sonreían, nunca jugaban, tan solo apretaban las manos temblorosas de sus madres, rozando suavemente sus caras llorosas en sus vestidos enlutados, como buscando una caricia imposible, tratando de salir de un túnel infinito, de una pesadilla interminable, donde siempre estaban los hombres de azul golpeando las puertas, llevándose para siempre a sus padres amarrados, destrozados, humillados; falangistas molestando borrachos de madrugada en La Vecindad de Enfrente, tratando de meterse a la fuerza en las camas de sus madres, viudas desamparadas, sin derechos, perseguidas, marcadas por el estigma del odio, culpables de algún delito terrible jamás descifrado.
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