“Las patas heridas, / las crines heladas, / dentro de los ojos / un puñal de plata. / Bajaban al río. / La sangre corría / más fuerte que el agua”.
Federico García Lorca (Nana del caballo grande)
Tomás Conte, preso tinerfeño en el campo de concentración de Gando, Gran Canaria, dejó alucinados a sus compañeros cuando trajeron medio muerto a Felipe Nuñez, víctima de una brutal paliza por parte de los “Cabos de vara”, presos políticos que por tener cierto trato de favor se convertían en capos colaboradores de los fascistas.
El bueno de Tomás lo tomó de los hombros en su agonía y lo tranquilizó, no se podía hacer nada por él, ni siquiera el doctor Monasterio, también detenido antes de su ejecución en Talavera de la Reina, lo dio casi por muerto, tan solo le puso unos paños humedecidos con agua en su cabeza destrozada por los golpes con las porras de madera.
Conte, le hablo casi en susurros mientras lo mimaba como a un niño dándole besos y achuchones, Núñez dejó de respirar aceleradamente, mirando al chicharrero, que lo ayudó a morir. Le preguntó al mal herido qué era lo más que quería en el mundo, respondiéndole que su niña Julia de ocho añitos. Tomás le dijo que pensara en ella, que se olvidara del dolor y el terrible sufrimiento, que ella lo ayudaría a pasar al otro lado. Núñez dijo segundos antes de morir:
-Mi niña querida que linda eres ¿Jugamos a los paraísos perdidos?
Entonces cerró los ojos con una sonrisa en los labios, olió a flores por un instante, se hizo el silencio varios minutos como si por allí hubiera pasado un ángel.
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