6 febrero 2025

Los que quedamos en la memoria

Una anciana frente a la pared del Cementerio de la Almudena de Madrid donde está el monumento a las Trece Rosas, en 2006 (Madrid Sindical)

«¿Qué tenían para decir los sobrevivientes al horror en una década marcada por el neoliberalismo y el indulto?«

Juan Gelman-Mara La Madrid (Ni el flaco perdón de Dios)

Lo más terrible, me decía Rosa García, no es ver morir a los tuyos asesinados, es que pasen los años y no se haga justicia, que tras todos los inventos de esto que llaman «democracia», todo siga igual, los agujeros del horror a rebosar de cuerpos destrozados por la tortura, las balas y los tiros en la nuca, lo más triste es ver morir sin que nada cambie, que tus familiares más cercanos, como mi propia tía-abuela, se marchara de esta tierra sin que nadie hiciera nada desde el poder, ni siquiera los que portan siglas donde aparecen palabras como «socialista» y «obrero». Rosa lo comprobó y murió apenas comenzaban los años 80, mi padre se fue en 2018 temblando de tristeza antes de perder la memoria, viendo como partidos de esa especie de «izquierda» o como se quieran autodefinir, que gobierna el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Las Palmas GC, le negaran con sonrisas de burla y en los labios y ante los medios de comunicación uno de los asesinatos de los que fue testigo directo, el de su hermanito de cuatro meses, Braulio González García al que los falangistas destrozaron la cabeza en su presencia la noche de Navidad del 36. Hay que ser muy mala gente, muy hijos de put@ joder!! para disparar a la médula del cariño de una familia negándoles la existencia de un ser querido asesinado. Tan malos como los que en el 36 comenzaron un genocidio sin parangón en esta tierra canaria, donde fueron asesinadas impunemente más de 5.000 personas, tan solo por pensar diferente, por defender una democracia legítima y republicana. Más tarde le tocó a mi madre que murió el pasado año cuando mayo comenzaba a brotar entre las flores, ella vio marcharse a todos, desde su padre encarcelado más de diez años, a su madre destrozada por tanto dolor, luego a cada hermano, uno tras otro, hasta perder a Diego, el amor de su vida. Solo quedó un hijo único, un tal Francisco González Tejera, ahora exiliado de su propia tierra, que pasa las horas escribiendo para que cada «sin nombre» tenga su nombre en la historia, su reconocimiento, su ofrenda en cada letra, en cada libro que escribe desde la humildad y el orgullo de clase de un hijo de la clase trabajadora. Todos se fueron poco a poco, la misma cara de tristeza, la misma decepción, el mismo desconcierto. El que yo mismo sigo sintiendo, viendo como se sigue avanzando la historia de un país o nación o como coño quieran llamarle, sin contar con la única patria digna, la que sigue formando parte del barro, de las piedras, de la munición que conforma cada cuneta, cada fosa común de cada rincón de España.

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