«Qué difícil es lo que me pides,
hija.
Cómo no te voy a llorar
si no volveré a abrazarte
ni mirarte,
si nunca más volveremos a hablar.
Qué difícil es lo que me pides,
hija.
Los cobardes te mataron inocente,
malditos ignorantes,
maldita obediencia.
Tu adiós para siempre
me para el corazón.
Quiero matarles por culpables.
Quiero matarles por arrebatarme
a mi hija.
Quiero matarles por abusarte.
Qué difícil es lo que me pides,
hija».
(Julia Conesa le escribrió una carta a su madre para despedirse. Fue asesinada el 5 de agosto de 1939 por el franquismo, a la edad de 19 años).
El único delito de Lucía Santana Gil, fue no persignarse ni dar vivas a Franco al paso del Cristo crucificado a la altura de la Plaza de Santa Ana, como fieras rabiosas le cayeron encima dos falangistas de mediana edad vestidos con sus mejores galas, la tomaron por los brazos violentamente y la arrodillaron para amarrarle las muñecas con unas esposas oxidadas, su hijo Manuel, de siete años no entendía lo que pasaba:
-Mi madre no ha hecho nada déjenla tranquila- dijo el niño con los ojos repletos de lágrimas.
Los nazis se la llevaron con las manos a la espalda aquella tarde del Domingo de Ramos, el 2 de abril de 1939, ante la mirada atónita de la mayoría de la gente, algunas personas, sobre todo las de las cofradías y otras de peineta, enlutadas, con crucifijos al cuello, la llamaban “atea”, “puta roja”, “demonio comunista”, mientras el niño que no tenía donde ir la seguía a unos pocos metros.
Un guardia civil muy alto con gafas de sol y bigote finito le registraba el bolso y tiraba al suelo su contenido, encontró un papel doblado de la propaganda electoral del Frente Popular, donde en un listado de nombres de candidatos al Ayuntamiento de Las Palmas GC estaba el de su marido, ella lo guardaba de recuerdo, ya que su esposo, Antonio Galván Florido, había sido asesinado y desaparecido el 15 de agosto de 1936. Lucía no tenía filiación política o sindical, tan solo guardaba aquel pedazo de panfleto porque era de lo poco que le quedaba del amor de su vida:
-Esto es más serio de lo que parece- dijo imitando el acento peninsular, Tomás Sosa Cabrera, sargento de la guardia de asalto, que también iba en la comitiva que llevaba aquella pobre desgraciada al centro de tortura del Gabinete Literario:
-Tiene buenas tetas la jodía, le vamos a dar polla hasta por los ojos- exclamó sonriente el falangista, Ramón Delgado Falcón, que era funcionario del Cabildo y conocido empresario tomatero.
Entraron en el selecto club acondicionado en aquellos años de genocidio como comisaría de Falange, dentro se oían gritos de hombres que en ese instante estaban siendo maltratados.
Al chiquillo no lo dejaron acompañarla, su última imagen fue la boca de su madre sangrando con un labio partido, el pecho derecho fuera por la rotura de su vestido negro. Allí se quedó sentado en las escaleras de aquel espacio del horror, solo, lloroso, muy triste, con la esperanza de verla de nuevo.
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