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Desfile falangista en 1940 por las calles de Bañaderos, barrio del municipio de Arucas, Gran Canaria
“Ahí, debajo de la tierra. No estás dormido, hermano, compañero. Tu corazón oye brotar la primavera. Que, como tú, soplando irán los vientos”.
Víctor Jara (El alma llena de banderas)
En todo el barranco de Azuaje se oía el estruendo de los ladridos de los enormes presas, los falangistas los llevaban amarrados, siguiendo el rastro de siete hombres entre la frondosa vegetación de laurisilva, los perseguidos se metían cada vez que podían en el agua para evitar ser rastreados, un agua fría que venía de la cumbre de la isla, solo se salían y caminaban por tierra cuando llegaban a las cascadas porque tan débiles les era imposible escalar.
Tres eran muchachos muy jóvenes vecinos de Bañaderos, no pasaban de quince años, los otros de unos treinta años eran de Tinoca y Casa Ayala, Juan Mendoza tenía una pierna partida por una caída, la llevaba entablillada y andaba con la ayuda de Berto y Luis, sus compañeros de la Sociedad Obrera.
Iban demasiado lentos por el herido, por lo que los falangistas cada vez estaban más cerca, hasta que Juan se soltó y dijo que lo dejaran allí, que no podían condenarse a ser detenidos y asesinados por su culpa.
Sus compañeros trataron de convencerlo de seguir subiendo, pero se negó en redondo, se sentó en el suelo mirando al fondo del barranco esperando la muerte:
-Que pena no tener una puta pistola- dijo.
-Los podría retener un buen rato hasta que ustedes llegarán a Cueva Corcho y pudieran dispersarse por el pinar- volvió a pronunciar con la voz muy ronca por la debilidad de no haber comido en cuatro días.
Cada compañero le dio un abrazo uno a uno para despedir al héroe comunista.
Roberto «El chicharrero» le dio una navaja pequeña muy afilada:
-Si te sientes fuerte y tienes miedo, córtate las venas de las muñecas o el cuello antes de que lleguen, no mereces caer en sus manos y que te hagan mucho daño- Mendoza que era carpintero de rivera la agarró picando un ojo y dijo:
-Igual se la clavo en el pescuezo cuando me vengan a detener al hijo de puta de Rosales-
Los demás sonrieron con lágrimas en los ojos y lo dejaron allí, sentado con la pierna fracturada estirada sobre la hierba fresca de primavera, parecía un niño pequeñito, como si hubiera retrocedido en el tiempo a los años en que todos ellos jugaban al trompo, a la cogida, al fútbol con una pelota de trapo.
Según subían lo miraban y escuchaban los perros más abajo como fieras, estaba inmóvil como una figura de cerámica al margen de aquella situación terrible.
No se lesionó con la navaja, los esperó hasta el último momento, el primero que llegó de la cuadrilla de asesinos fue un perro gigantesco, parecía un león, primero rugió acercándose lentamente, Juan ni se inmutó, no movía un musculo, esperando la muerte, pero el perro le olió las manos y empezó a mover el rabo y a lamerle los dedos.
El muchacho le acarició la cabeza mientras el can se tumbó de lado para que lo rascara, era inmenso, seguramente pesaba más de noventa kilos, abajo subían el resto de hombres y canes, el primero en llegar fue el requeté Rosales de Arucas, con fama de haber asesinado a decenas de hombres desde la noche del sábado 18 de julio del 36.
Cuando vio al perro plácidamente echado al lado de Juan sacó la pistola y le dio un tiro en la cabeza, el animal se quedó un buen rato entre contracciones y echando mucha sangre:
-¿Porqué lo mataste hijo de puta?- le dijo Mendoza.
-Aquí me tienes cobarde, dispuesto a morir, te miro a los ojos sin miedo, sabes bien que me hagas lo que me hagas no voy a rendirme-
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