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Pescadores muelle de Arrecife (Lanzarote), 1930. Foto de la colección de José A. Pérez Cruz.
Aquellos niñatos de la nobleza canaria, a la que siempre han llamado, «Grandes de España», se dedicaban a asesinar en las «Brigadas del amanecer», toda esta gentuza de título nobiliario, boato y linaje, tiene las manos manchadas de sangre durante el franquismo, no escapa ni uno, fue raro el que no participara en el genocidio isleño, en ese holocausto todavía impune contra lo mejor de nuestro pueblo.
Manuel Calderín Mederos
«(…) Fue visto y no visto, yo me desperté por el tremendo tiroteo y los gritos de los falangistas, Juan Soto Cabrera, había roto los amarres y se tiró de cabeza al agua, disparaban al fondo, las balas parecían atravesar las olas, pero Juanillo no aparecía, el hijo del Conde se cagaba en Dios por perder uno de los hombres que iban a arrojar al mar con una piedra al cuello, yo deseaba que no lo cogieran, que no lo hirieran, pero tenía que mantener mi compostura como patrón del barco, seguir arriando la vela cuando me lo dijeran aquellos hijos de puta que seguían disparando como locos, vimos un delfín muerto flotando, era habitual que nos siguieran esos nobles animales, yo me divertía mucho cuando los veía jugar con nuestra estela de espuma, me hacía gracia ver a las crías chiquititas saltando al lado nuestro, pero esa vez no era una travesía normal, era un traslado para matar frente a las costas de Castillo del Romeral, de donde habíamos salido de madrugada cargados de hombres. Yo tenía el estómago revuelto, pero no me quedaba otro jodido remedio que obedecer o peligraba mi vida y la de mis hijos. El delfín era una hembra listada, flotaba, todavía estaba viva, movía la cola y nos miraba con cara de tristeza, pero tenía la cabeza acribillada a balazos, junto a ella una cría que no la abandonaba, en el fondo del mar Juan Soto margullando, era nadador, tenía la fama de que una vez rodeó la isla con su brazada invencible, ellos sabían que era como un pescado. El niño de papá vestido de azul, Antonio Manrique de Lara, le disparó también a la cría de delfín que se quedó helada entre la sangre, les molestaba todo lo que había en el agua, no tenían amor por nada, más que por la muerte aquellos criminales. El hijo de Conde dio la orden de avanzar con la motora unos metros más adentro, Yo estaba loco por que no lo vieran, yo sabía que estaba bajo del agua, que seguía buceando sin respirar, con los ojos abiertos como hacíamos desde niños en la cala del Reventón. Al rato desistieron y empezaron a preparar al resto de los detenidos, eran muchachos jóvenes de Arguineguín, de Tunte, dos hermanos muy jóvenes de Mogán, de menos de dieciocho años, también los tres empleados de telégrafos de San Bartolomé, dos catalanes y un madrileño, eran anarquistas, yo los conocía de los partidos de fútbol que echábamos los sábados en la playa de las Dunas. Buenas personas todas, hombres honrados, trabajadores, cuyo delito era pensar diferente. Sacaron las piedras, eran enormes y pesadas, se las amarraron al cuello con aquellas sogas tan gordas, los lanzaban uno a uno, algunos no decían nada, asustaba ese silencio, otros se cagaban en la puta madre del hijo del Conde. Luego se hizo el silencio, Juan no apareció, en los años 70 tras la muerte de Franco me enteré que había vuelto de Venezuela, no se como coño sobrevivió, por donde salió, por donde nadó, pero el caso es que fue capaz de evadirse y salir de la isla, jamás nos volvimos a ver, yo me marché a vivir a Mauritania en los 60, me hubiera gustado conocer su historia…»
Testimonio de Francisco José Santiago Bordón, marinero y pescador entre los años 1917-1939 en el sur de Gran Canaria.
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