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Pajar en Los Arbejales, utilizado en la antigüedad para almacenar pastos y granos (Fedac)
«Pedacito de papel al viento, es la mariposa bailadora, danza que te gira embrujadora, enjugando negros pensamientos…»
Silvio Rodríguez Domínguez
Cada noche Julián miraba a un lugar fijo en el techo del orfanato, allí parecía existir un punto de luz que le conectaba con su casa de Los Arbejales, allá en aquel barranco perdido de Teror, donde llegaron los falangistas de Arucas acompañados por don Pedro Toledo, el cura conocido tras el golpe del 36 por dar la misa con pistola al cinto.
Al chiquillo la Casa del Niño se le hacía pequeña, trataba de pasar inadvertido ante los castigos constantes de las monjas, solo pensaba en la hora de meterse en los camastros, en que apagaran las luces de una vez, para mirar y ver a su padre entretenido con las cabras parriba y pabajo, con el cercado plantado de papas entre el barro rojo, rodeado por inmensas alberjacas, de las que la abuela Cho María usaba la harina de su simiente para hacer cataplasmas emolientes que sanaban el cuerpo y el alma.
La conexión del niño de apenas ocho años con su universo era aquel agujero imaginario, era capaz de volver a su mundo cotidiano, a las caricias de su madre, las risas de su abuelo cuando llegaba la noche con su cachimba, el olor a tabaco negro, del cubano, el caldero sonando sobre el fuego con la cena familiar, los juegos interminables con su hermana, las leyendas de brujas y burros que hablaban.
Julián, no respondía a los tocamientos de los hombres con sotana que a veces entraban al pabellón metiéndole las manos bajo el pijama, inerte, los ojos fijos, casi sin pestañear, su única vía de escape de aquel infierno era la memoria, la añoranza de la felicidad, borrando de su mente la madrugada de la detención de sus seres queridos, como se los llevaron amarrados como perros ladera abajo, los golpes, los culatazos, la mirada de su padre intentando trasmitirle tranquilidad:
-Vuelvo pronto mi niño, voy con estos señores al pueblo, será solo un ratito, abrígate que hace frío-
Luego el silencio, la enfermedad de su madre muriendo de tristeza, secos sus ojos de tanto llorar, la demencia de su abuela, ya no había hierbas que sanaran, tampoco sonrisas, la luz era su única salida.
Que tristeza!, qué rabia!,..pobre txikitin!,..hijos de putaaaaaa!!..Ya podrían leer estas narraciones todo el mundo,..para que sepan quienes fueron(..y son!) estas bestias con hábitos catolicos,..y quiénes son son los diablos con camisa azul..Gracias una vez más,amigo!!