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Un árbol ardiendo en California
«Me quieren enterrar los asesinos, las comidas con sal y los espejos. Ya me han querido sepultar los viejos
y algún que otro brioso nuevo pino.»
Silvio Rodríguez – Me quieren
Tanto tiempo de trabajo en el terreno sociocultural, ya casi más de cuarenta años desde que me vi en un barrio destrozado como era el antiguo Polígono de Jinámar con niños de jeringuilla y letargo, tan terrible fue ver a quienes eran casi como yo por la edad naufragando entre aquellos bloques gigantes, chiquillos amigos de la dama blanca que les entraba en sus frágiles cuerpos y los destrozaba para siempre.
Fueron aquellos años 80 cuando descubrí en Tamadaba, junto a maestros como Felo Monzón, Javier Marrero o Luis Jiménez, que existía una metodología para generar transformaciones sociales, cambios de mentalidad, conciencia, dinamización para la rebeldía. Quince días en un paraje de leyenda, de magia con amigas y amigos que luego se hicieron inmortales, ahí empezó todo para much@s.
Luego Schamann en una Casa de Juventud, antes espacio para el fascismo, luego repleta de colores y de poesía, música, pintura, la simiente de grupos históricos presentes en ese proceso, como Taller Canario de Canción de mis amigos Rogelio Botanz, Andrés Molina y Pedro Guerra, la fuerza ancestral de Taburiente, los acordes libertarios por una Canarias Libre, la voz de Luis Morera componiendo el aire de aquel barrio iluminado por estrellas verdes y colores eternos que venían del mar y de los trigos.
Se hace largo enumerar la trayectoria personal de uno, al menos yo peco de excesiva humildad, nunca he buscado homenajes ni reconocimientos, me aburren soberanamente, aunque no puedo olvidar otro barrio que me dejó impregnado de amor de por vida: Lomo Blanco de estrellas y el Guernica en las paredes de mi corazón.
Los años pasan y aunque uno no quiera casi nunca hablar de su vida, se hace necesario de alguna forma proyectar los recuerdos, las escenas mentales de miles de acciones, actividades, talleres, conciertos, teatro, cine, proyectos para mejorar la calidad de vida de las personas oprimidas: Educación ambiental, solidaridad con los pueblos empobrecidos, consumo responsable, juventud, participación y un largo etcétera de sueños hechos realidad, donde decenas de miles de personas fueron cómplices de un camino inmortal.
Sembrar esperanza ha sido siempre mi trabajo, mi lucha, mi espacio de combate por un mundo mejor, sabiendo que la utopía está en el horizonte y que nos acercamos a ella en cada pequeño pasito que damos.
Ahora tantos años después se siente uno igual que cuando con dieciocho años comencé en esta lucha por la cultura popular, más cascado, con la sonrisa menos intacta, con los ojos tal vez ya manchados por el dolor inevitable.
A pesar de todo quiero celebrar seguir vivo, seguir creyendo que todavía podemos alcanzar esa fragancia inmortal de las flores más revolucionarias, también por eso todavía me surge alguna lagrima cuando escucho, leo o siento la música de la esperanza, eso me mantiene aferrado a dar todo sin pedir nada a cambio, por la liberación de los pueblos, por la democracia participativa y verdadera, por el amor, por el fuego libertario, por la libertad.
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