Cada cartucho era la munición para resistir, combatir ese fascismo que nunca se fue de Arafo, que envenena las mentes y las almas, el frugal dolor de los dormidos, la cobardía eterna de los despiertos.
A Eduardo Pérez, no le tiembla el pulso ni siente temor para contarme que el 23F de 1981, cuando el fascismo quiso llenar de sangre cada rincón de España, el alcalde de Arafo, un falangista convencido, convocó a todos los somatenes del Sur de Tenerife en una bodega cercana, allí trataron el asunto de las listas negras, lo vio un amigo de Eduardo sin que lo detectaran a través de unas rejas, detallaron aquellos criminales cada asesinato, a quien irían a buscar primero, a quienes más tarde, a quienes le pegarían los cobardes tiros en la nuca antes de arrojarlos a cualquier abismo, a quienes enterrarían en las fosas comunes, a quienes torturarían brutalmente hasta la muerte. Su amigo le avisó, Eduardo y sus hermanos serían de los primeros en ser asesinados, por eso presuroso se fue a proteger a su madre, que no pasara por lo mismo que pasó tras el otro golpe del 36. Sus hermanos se fueron para el monte a media tarde, Eduardo no, él estaba con su madre, luego le pidió que no abriera la puerta bajo ningún concepto. Mientras este hombre heroico, sindicalista, honrado, torturado varias veces en el gobierno civil de Santa Cruz de Tenerife, testigo directo de como la policía española asesinaba a varios de sus compañeros con los golpes, con la manguera y el agua a presión en sus gargantas. Por eso Eduardo no estaba dispuesto a pasar por lo mismo, por eso se llevó a la azotea las cajas de cartuchos, su canana, su escopeta de cazador y se quedó esperándolos: – Yo caeré pero me llevó veinte por delante- Allí se quedó toda la tarde, parte de la noche, hasta que aquel golpe de estado, un montaje más del régimen del 78, quedó en nada, solo en listas negras manchadas de vino tinto que se parece a la sangre. Eduardo sigue resistiendo, no se calla, no tiene miedo. Antes morir de pie que vivir arrodillado.
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