6 febrero 2025

Casa cueva en Pino Gordo, cortesía de Elena Ramos García

«(…) Otros se sometían sin pelear a las banderas de los cristianos, y otros,
obstinados, huyendo encima de las montañas de Tirma y de Amagro, a sus altares, se precipitaban abajo por aquellas simas, muriendo de muerte atroz; con lo cual se conquistó la isla y se redujeron los isleños a la fe de Cristo, el día de San Pedro Mártir, a 29 de abril, año dé 1473…»

Leonardo Torriani (Descripción de las Islas Canarias, 1588)

Rosarito Bordón, llenó el cántaro de leche recién ordeñada y lo sacó al patio de la casa de Pino Gordo, allí la esperaban los niños Luis y Rosendo, que jugaban con los baifos (1), el recorrido sería largo hasta el almogarén (2) de Linagua, una cuesta impresionante, reservada a personas fuertes y acostumbradas a la montaña.

El ritual mágico sería para espantar el dolor y la sangre de la isla, de nuevo había llegado aquella plaga que apenas cuatrocientos años antes vino del norte, hombres barbados, con armaduras de hierro y cruces que luego se convirtieron en espadas asesinas, la espada del castellano afilada y precisa, la misma que la anciana tenía guardada en la repisa superior de su cueva:

-El espíritu de los demonios blancos ha vuelto a esta tierra, no dejaran hombre con vida, volverá la esclavitud, los abusos a nuestras mujeres y niñas, los agujeros del volcán y los pozos serán de nuevo inundados de huesos y carne roja de sangre- dijo Rosario con los ojos cerrados invocando al sol del amanecer.

Llegando al tramo de las Lajas Negras venía bajando una cuadrilla de Falange con un hombre detenido, llevaba las manos a la espalda muy apretadas con hilo de pitera, Rosario y los chiquillos se pararon en una curva de la cuesta observando aquella romería terrible.

Vieron que era el hijo de Fernandito Santiago, pastor de ovejas, un muchacho sin filiación política, tan solo admirador de la cultura en los eventos del Ateneo de Gáldar, donde acudía a los encuentros poéticos y exposiciones, siempre junto a sus amigas y amigos de la zona, gente sana, abierta, con ganas de aprender y compartir inquietudes y conocimientos.

Cuando pasaron junto a ellos el chico les dijo casi susurrando al no poder hablar por tener los labios partidos:

-Rosarito avise a mi madre, dígale que estoy bien, que volveré pronto, que estos hombres no van a matarme-

En ese instante tropezó y se golpeó la cabeza contra el duro suelo de risco, los falangistas se morían de la risa y lo levantaron a culatazos en la espalda y las piernas.

Rosario los miró a los ojos, todos menos uno eran conocidos, varios vecinos de La Aldea de San Nicolás hijos del terrateniente agrícola, Román Rodríguez, los otros dos vivían en el Risco y el tercero era de otro punto de la isla, su nombre era Manuel Álvarez Peña, que pocos años después fue alcalde del municipio de Telde:

-¿Qué miras puta vieja?- Le dijo el teldense que tenía una cicatriz en la frente, posiblemente de una pelea en los prostíbulos que frecuentaba todos los fines de semana.

La anciana sin parar de mirarlo a los ojos puso el gánigo (3) de barro en el suelo, se santiguó varias veces, diciéndole algo en un idioma desconocido, su voz se volvió enérgica, casi varonil, los hombres de azul no se atrevieron a contestarle, siguieron su camino con el joven tambaleándose por el pronunciado sendero.

(1) Can. cabrito (cría de la cabra).

(2) Se trata de recintos generalmente abiertos y elevados, y que son tenidos para uso y función de realización de ritos y cultos religiosos y sagrados, hacia deidades que se ubicaban espacialmente en el espectro estelar.

(3) Es el nombre con que se denominan los distintos tipos de recipientes de arcilla que utilizaban los antiguos pobladores de las Islas Canarias.

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