«Siento mi pecho lleno de corazoncillos, como de cascabeles».
Federico García Lorca
La vieja cabaña de madera estaba tan revuelta de flores y niñas en esos días, de abuelos juguetones que por instantes rejuvenecían cientos de años, un olor a música de circo y desfile de payasos, entre vino y queso majorero, roscas de azúcar, ensaimadas, caramelos de fruta, canciones y leyendas. Por unos días la casa de los perseguidos dejó de estar sometida a los años negros, se llenó de colores infantiles, de muñecas inverosímiles y hasta las perras dormían en las camas, los humanos en colchonetas y literas, en la ideal, perfecta y armónica anarquía.
Esos días el niño abuelo que fue tan triste por ver lo que nadie vio, fue muy feliz, el hechizo del terror añejo dejó paso a risas y confetis, la bandera se inundó de colores y hasta el lugar más oscuro de la casa centenaria se llenó de luminosidad, sonrisas, abrazos y certezas.
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