6 febrero 2025

Tres manos unidas

Leoncio Badía, enterrador de Paterna, y una de las botellas que colocaba jugándose la vida para identificar los cuerpos de los republicanos fusilados. / GRUPO PALEOLAB Y FAMILIA BADÍA

«(…) Campanadas a muertos por las tres bocas cerradas, ay de aquel trovador que olvidara las tres notas! ¿Quién ha cortado todo el aliento de estos cuerpos tan jóvenes, sin más tesoro que la razón de los que lloran? Asesinos de razones, de vidas que nunca tengáis reposo en ninguno de los vuestros días y que en la muerte os persigan nuestras memorias...»

Lluis Llach ‘Campanades a morts’

En la fila del paredón de Paterna los hombres y mujeres hacían cola para ser fusilados, gente de todas las edades, milicianos, jornaleros humildes, maestros, médicos, abogados, carpinteros, músicos…, personas buenas, que escuchaban las detonaciones del pelotón, luego los tiros de gracia, que cada uno correspondía a un asesinado por sus ideas.

Ese día 15 de septiembre de 1941 se juntaron en la misma fila varios conocidos, Antonio Pellicer, vecino de Alcira, Vicent Mas, vecino de Carcaixent y Josep Muntaner, vecino de Montserrat, los tres eran miembros de un sindicato agrícola, no eran políticos relevantes, solo buenos hombres que trataban de defender sus derechos ante las condiciones de semi esclavitud, los abusos y la miseria impuesta por los terratenientes agrícolas del Levante.

Iban muy juntos, se tocaban con frecuencia, se acariciaban la espalda, los brazos, como tratando de darse fuerza y cariño en ese instante fatídico, los militares que los custodiaban, acostumbrados a ver pasar por delante a miles de reos les dejaban, ni siquiera iban atados, porque sabían que si intentaban escapar serían acribillados a balazos.

En esos años fusilaban soldados de Quinta y Reemplazo, chicos jóvenes que en muchos casos no eran ni falangistas, incluso algunos con ideas de izquierdas, que se veían en ese trance dramático de matar o ser matado, veían a conocidos contra los que tendrían que disparar, muchos se desmayaban, lloraban en silencio, mientras cargaban y apuntaban el máuser, contra personas que no habían cometido más delito que defender la democracia.

Por eso a partir de 1945 decidieron poner Guardias Civiles a fusilar a ráfagas de metralleta, los del Cuerpo eran más insensibles y profesionales a la hora de cometer los asesinatos, aunque también tuvieron que disparar contra compañeros de la Benemérita que murieron fieles a la legítima República.

Los tres obreros vieron fusilar a más de trescientas personas ese día, antes de llegar a su lugar en la cola de la muerte, veían a gente que lloraba, otras que gritaban consignas heroicas, que no tenían miedo a morir, otras se arrodillaban, rezaban asustadas, mientras el cura les echaba agua bendita por encima, antes de que las balas les atravesaran el pecho.

Cuando llegó el turno de los tres amigos los colocaron en el mismo pelotón de cinco hombres, casi siempre mataban de cinco en cinco, al parecer era más sencillo para los que disparaban, apuntaban siempre al pecho, aunque la escasa puntería daba en las piernas, en los brazos, en la cabeza, en un ojo, en una mano, el caso era matar, y si quedaban vivos ya morirían con el tiro de gracia en la nuca.

Tres manos se agarraron mientras el pelotón formaba de nuevo, entraba un nuevo grupo de militares, los que habían salido, algunos vomitaban contra el propio paredón muy mareados, afectados por los cientos de crímenes cometidos.

Los nuevos venían fuertes, eran muchachos de espaldas anchas, seguramente también agricultores, esclavos de los caciques que mataban de hambre al pueblo valenciano:

-Parecen tres maricones de la manita- dijo el teniente Juan De la Rocha, un militar madrileño muy alto, con gafas de sol negras, oficial de guardia ese día, encargado de más de cien fusilamientos en cuatro horas.

Cuando iban a disparar a los cinco hombres Josep Muntaner dijo como en un susurro, suficiente para ser escuchado por sus compañeros:

-Fins sempre estimats germans i amics, la senda de la llibertat en guiarà en aquest trànsit tant trist-

Luego sonó aquel sonido atronador, los cinco cayeron fulminados, parecían niños pequeñitos, los tres amigos no se soltaron de la mano tras el tiro de gracia.

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