«El Gobierno Militar en Las Palmas se convirtió en uno de los centros de tortura, por allí pasaban muchos detenidos para ser torturados de forma salvaje, los militares y falangistas salían con las manos y la ropa manchada de sangre».
Antonio López Dieppa
«(…) El camión se paró enfrente del Gobierno Militar de Las Palmas, junto al Parque San Telmo, allí teníamos el puesto de pescado mi hermano Pepe y yo, que desembarcábamos cada madrugada en la Playa de Triana, un día más traían hombres de distintos puntos de la isla, ese día de abril del 37 eran de los municipios de San Lorenzo y de Santa Brígida, un grupo amplio de unos veinte paisanos que ya venían cascados por el maltrato de los falangistas, varios cayeron al suelo cuando los tiraron a culatazos del vehículo, malamente se levantaron y tambaleándose entraron al patio de Capitanía General. Dentro se oían los gritos de dolor por los palos y latigazos que les daban mientras estaban formados como si fueran militares, la voz ronca del conocido capitán Bombín resonaba con todo tipo de insultos y órdenes de seguir pegándoles hasta la muerte. Desde nuestro rincón bajo uno de los laureles de indias se veía salir la sangre a chorros por el puesto de guardia, parecía agua roja que corría después hacia el mar por los railes del tranvía junto a la vieja Ermita. Allí se impartía misa de siete y las feligresas entraban como si no pasara nada, hasta su interior llegaban los alaridos de dolor de los detenidos, pero nadie decía nada, parecían estar acostumbradas a que la ciudad fuera un centro de tortura en su conjunto. Esa mañana vimos salir a dos muchachos, casi dos niños de no más de veinte años, bañados en sangre, con la cabeza degollada, mientras en la misma calle los amortajaban con sacos de plátanos para desaparecerlos en cualquier agujero. Nadie compraba pescado como antes, mucha gente pasaba mirando y casi corriendo, intentando no fijar la vista por lo que pudiera pasar. Entraban y salían entre risas mandos militares y falangistas y se iban a tomar las copas y la tapas al Bar Alemán, que estaba en la misma esquina. Parecían que estaban de tenderete porque muchos iban borrachos como cubas, se reían, gastaban bromas sobre los reos, sobre si habían violado a varias niñas hijas de algún detenido esa misma, noche, de como se quejaban por el dolor aquellos cobardes rojos de mierda, que si eran maricones, que si no aguantaban la disciplina de la Gran Cruzada. Ese día acabamos mi hermano y yo por recoger el puesto antes de las nueve, todavía teníamos sardinas, samas y sargos recién pescados, nos fuimos directos a nuestra casa de El Risco San Nicolás, no se podía estar más triste cuando se estaba matando a tu propio pueblo…»
Fragmento del testimonio de Felipe Martín Tejera, pescador y vendedor ambulante en la zona de Vegueta-Triana de Las Palmas GC en los años del genocidio.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, en la Universidad Popular del Cono Sur, barrio marinero de San Cristóbal, el 18 de enero de 2004.
Tristeza, una profunda tristeza, me encoge el corazón.
Pobre gente, lo que tuvieron que vivir…
Y la iglesia, como siempre, en medio de todo, las feligreses, ni se inmutaban, iban a rezar y se quedaban tan anchas.
A qué dios rezaban…?? ¿Cómo es posible que después de ver tanta injustícia, no sé les partia el alma…?
No tenían, esa es la realidad, no tenían alma, y para mí, fueron tan cobardes y tan culpables, como aquéllos asesinos.
Malditos sean todos…!!