«Cadáveres amados los que un día
Ensueños fuistes de la patria mía,
¡Arrojad, arrojad sobre mi frente
Polvo de vuestros huesos carcomidos!
¡Tocad mi corazón con vuestras manos!
¡Gemid a mis oídos!
¡Cada uno ha de ser de mis gemidos
Lágrimas de uno más de los tiranos!…
José Martí «A mis hermanos muertos el 27 de noviembre»
«(…) Tu abuelo Pancho iba entero, yo lo conocía bien y sabía que en su cabeza solo estaban los tres chiquillos que dejaba después del fusilamiento, también pensaba en la pobre Lola, su mujer, todavía llorando el asesinato de su bebé Braulio, cuando aquel falangista le golpeó la cabeza contra la pared la última Navidad. Todos iban andando despacio en fila de uno, camino de la muerte, solo Matías López lanzaba proclamas y vivas a la República y a la clase trabajadora canaria y del mundo. El alcalde Juan Machado avanzaba cabeza alta, los ojos rojos de las lágrimas y de no dormir en varios días antes de la ejecución. Yo desde la formación en posición de firmes los veía, no les quitaba ojo, tu abuelo me miró fijamente a los ojos y no hizo ningún gesto, no quería comprometerme por aquella amistad de tantos años, cuando salíamos juntos de cacería por las montañas y barrancos de Tamaraceite y de Telde. Me miró solo unos segundos temiendo que el teniente Lázaro se diera cuenta, que cualquiera de aquellos falangistas que iban como público a los fusilamientos pudieran ver una mínima relación entre un reo y un militar del pelotón. Los cinco caminaron firmes, las camisas llenas de sangre por los golpes que les dieron en el traslado desde el campo de concentración de Gando hasta el campo de tiro del Regimiento de Artillería de La Isleta. A mi me tocó el último por la izquierda, cargamos los mauser y esperamos las órdenes de Lázaro, que entre gritos dijo aquello del ¡Carguen, apunten, fuego! Yo no se bien lo que hice, pero como me dijeron apunté al pecho para que no sufrieran, apunté a mi amigo Pancho, se que me lo pedía con la mirada, una muerte rápida, que en el tiro de gracia en la cabeza ya estuviera muerto. Así fue, las piernas se le movían, pero yo creo que era porque estaba en sangre caliente y el cuerpo no se le había muerto del todo, Matías si estaba vivo, miraba al de la pistola a los ojos con gesto serio, al muchacho le temblaba la mano por los nervios y le dio el tiro sin querer en un ojo. Luego Carmen, la única familiar preente, la madrastra del majorero, les puso un clavel rojo a cada uno en el pecho, era lunes 29 de marzo de 1937…»
Fragmento del testimonio de Arturo Sanabria Santana, soldado de reemplazo, integrado en el pelotón de fusilamiento que ejecutó a «Los cinco de San Lorenzo». Entrevista realizada el 23 de abril de 1999 en el barrio de San Gregorio (Telde)
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