6 febrero 2025

Verguilla en el vientre

Tríptico sobre el aborto (1998) de Paula Rego

«Rapadas, humilladas y paseadas públicamente. A veces enterradas como “putas”. A menudo juzgadas en el ámbito moral y privado por su comportamiento social, sexual y religioso. Tachadas de tener “mala conducta” por ser “mujer sexualista”; “marxista, coqueta e inmoral”; “concubina de”; “querida de”…»

Antonio Martínez Ovejero, investigador, historiador

-Tienes el diablo dentro mal nacida y hay que sacártelo cuanto antes- dijo Sor Ascensión Corujo, la hermana encargada de las jóvenes detenidas en aquella casa colonial del obispado en la trasera de la Catedral de Las Palmas.

Allí llevaban a muchas chicas hijas o nietas de asesinados por el franquismo, la función de aquel internado era rehabilitarlas en la fe cristiana, «extirparles el gen del comunismo», que propugnaba en sus estudios el psiquiatra fascista, Antonio Vallejo-Najera.

«Todo era posible con una buena terapia de reeducación», pensaban las monjas y los curas que custodiaban a las chicas retenidas contra su voluntad.

Por eso cuando detectaron que a María Cabrera Sosa le habían crecido mucho los pechos y tenía vómitos de forma frecuente, cayeron en la conclusión de que estaba embarazada:-Preñada por el diablo- decía Sor Brígida Manrique de Lara, cogiéndola por el pelo y obligándola a restregar la lengua sobre las baldosas sucias de la cocina.

María, había sido violada el 7 de mayo de 1938 por más de veinte falangistas la noche de la detención de su padre, el miembro de la Sociedad Obrera del Norte, Damián Cabrera Umpierrez, la muchacha de tan solo dieciocho años vivía en la misma casa de los Caideros de Gáldar, se intentó esconder en la azotea, dentro del viejo cuarto de pileta de la abuela, pero uno de los falanges la detectó, le dio varias bofetadas y le rompió el camisón de dormir, para luego ponerla a disposición de la soldadesca que la violó durante varias horas, formando una fila de risas y juergas que casi rodeaba la casa, uno a uno fueron bebiendo ron de varias botellas y pasando por ella que no conocía hombre, ni siquiera novio había tenido, hasta destrozarle la vida para siempre.

La monja Corujo, nacida en Villaverde, Fuerteventura, la llamó puta varias veces: «hedionda hija de roja ligera de mollera y con las patas abiertas al demonio», mientras le amarraba las manos y las piernas en cada esquina de la cama, un alambre afilado era todo su instrumental médico, lo metió en su vagina muy adentro, hasta que la hemorragia brotó como un manantial de muerte entre los alaridos de dolor de la muchacha, inundando de sangre y carne rota el colchón y el suelo de la celda.

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