
Calle El Olivo. Los Silos, Tenerife, 1925 (Fedac)
«Ningún gobierno lucha en contra del fascismo para destruirlo. Cuando la burguesía ve que el poder se les escapa de sus manos, alzan el fascismo para mantener sus privilegios.“
Buenaventura Durruti
Domingo Dorta Contreras, era un joven estudiante de medicina de veinte años en 1936, miembro activo de la CNT a pesar de su juventud, de familia acomodada, nacido en el municipio de Los Silos, isla de Tenerife, estaba preso en el campo de concentración de Gando, Gran Canaria, presumía en las charlas clandestinas del «Pabellón de la muerte», de que había sido amigo de Buenaventura Durruti en su exilio isleño, no tenía problemas en mantener una estrecha amistad con los comunistas condenados a muerte que esperaban día tras día que fijaran la fecha exacta de su fusilamiento, Francisco González Santana, le hablaba de las coincidencias en las ideas, de que se podía ser también libertario con ideas marxistas, que en situaciones extremas en defensa de la clase trabajadora tenían que ser hermanos en la contienda contra el fascismo.
Mingo «El zurdo», como le llamaban en el campo, le contaba los años de infancia en aquel pago chicharrero, la felicidad de verse rodeados de naturaleza a pesar de la brutal explotación de la oligarquía, de familias poderosas, que luego participaron activamente en el genocidio iniciado tras el golpe fascista, siempre nombraba con los ojos llenos de ira y tristeza a los Cólogan, a los Ponte, a los Martínez, a los Jordán, a los Báez, a los Palenzuela y otras castas que según su relato entre susurros, «explotaban de mala manera», que «hacían trabajar a los obreros y obreras de sol a sol por una mierda de dinero en condiciones de semi esclavitud», ejerciendo el brutal derecho de pernada sobre las mujeres trabajadoras como si fuera algo de lo más natural:
-Siempre ha sido así desde los tiempos de los putos indígenas ¿Porqué coño lo vamos a cambiar ahora con estos cafres de mierda?- decía con desprecio el destacado miembro de Falange, Alfredo Yanes Álvarez, cuando entre borracheras le preguntaban en el Casino de Santa Cruz.
El muchacho anarquista se quedó muy triste la madrugada que se llevaron a «Los cinco de San Lorenzo» para fusilarlos, Pancho le dio un abrazo muy fuerte: -Salud y libertad mi hermano, estamos en la misma lucha- le dijo entre lágrimas y peticiones a los camaradas por su inminente viuda y sus tres chiquillos.
Desde ese día el futuro médico entró en una especie de letargo, un silencio constante, no se relacionaba con nadie, no hablaba, no sonreía ante cualquier broma, taciturno comía en soledad aquel rancho apestoso en un rincón de los catres y literas repletas de chinches, desmejorado, pálido, triste, no asumió jamás que se llevaran a su amigo, que aunque mayor que él, con cuarenta y un años, lo aconsejaba, le ayudaba en la cruel rutina de aquel espacio de tortura y exterminio.
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