2 diciembre 2023

Dignidad de Salvador Medina Gómez

'De la cruz al martillo', documental sobre los curas obreros. | PLANO KATHARSIS

«En el obispado de Las Palmas había curas que se reían de los gestos humanos del obispo Pildaín, que colaboraban en el genocidio, que odiaban a los trabajadores y que estaban dispuestos a dar la extramaúnción mientras daban tiros en la nuca de los que todavía vivos se revolcaban en el suelo entre convulsiones en los fusilamientos».

Antonio Cubas González, cura de Juncalillo destinado muchos años en Fontanales

Chanito «el de las Cruces» como lo llamaban por su habilidad para engalanar Miraflor de cruces de flores en mayo tenía un hijo cura, Salvador Medina Gómez, seminarista en Sevilla y amante del flamenco y de la defensa de los derechos de las personas empobrecidas, en su estancia en Andalucía conoció a muchos sacerdotes muy comprometidos en la causa de los jornaleros en los años 30, de la gente más humillada y explotada por el poder, por aquellos señoritos del derecho de pernada, de la esclavitud sobre un pueblo que sobrevivía con penurias, pasando hambre y todo tipo de necesidades, mientras unos pocos vivían en la absoluta opulencia.

Durante el golpe de estado del sábado 18 de julio estaba pasando unos días en su pueblo natal, vino tres días antes a Gran Canaria inconsciente de lo que iba a pasar, lo primero que hizo fue ir a ver a la Virgen del Pino, de la que era devoto desde niño, allí estuvo acompañado por su madre, Carmita «La Costurera», rezando varias horas sentado en los asientos de madera de la Villa Mariana.

Otro sacerdote que vivía en Vegueta, José Luis Millares Cantero, que era de una familia noble de Las Palmas pero que estudió en Córdoba, de los que llevaban pistola al cinto y daba tiros de gracia en los fusilamientos, lo conocía bien y no era santo de su devoción, comunicando en Falange que era un cura rojo, que lo había visto en huelgas obreras y en tomas de tierra de los grandes terratenientes andaluces en la ciudad del Rocío.

Esto generó que la misma noche de la visita a su virgencita, regresando caminando con su madre desde Teror hasta su vivienda que estaba más cerca de El Toscón que de Miraflor, una casa rodeada de pinos y acebuches, al lado de un riachuelo que no paraba de correr todo el año, hubieran en la puerta cinco falangistas esperándolo.

Nada más llegar lo identificaron, le pidieron la filiación, el mostró un papel del obispado de Sevilla, que acreditaba que era seminarista, tenía 21 años, que estaba fuera de toda sospecha de pertenecer a cualquier organización de izquierdas, pero los nazis lo maltrataron, uno de apellido Yanes lo estampó contra la pared del patio interior de la casa, donde su padre tenía los jaulones de pájaros pintos y canarios, luego Ramón Sánchez Sarmiento, que era un niño de gente rica, que su padre era dueño de medio Zumacal de Valleseco, le amarró las muñecas con soga de pitera, Salva exclamó:

-Me quieren maltratar como a nuestro señor Jesucristo, si es por los pobres y desgraciados estoy dispuesto a sufrir cuanto daño me quieran infligir, mi cuerpo no es más que portador de un alma que no quiere que los pobres sufran tanta explotación y abusos de poder-

Entonces cuando terminó de pronunciar esa frase comenzaron a darle patadas, allí delante de sus padres, el cabo Samper, que era submarinista de la guardia civil, le arrebató el Rosario del cuello, levantándole la sotana para reírse diciendo que parecía una muchacha que se merecía que le dieran por el culo.

Ante el asombro de sus padres lo metieron en un coche negro propiedad de la marquesa de Arucas y se lo llevaron a un destino desconocido, jamás supieron donde lo asesinaron o a que agujero lo tiraron con un tiro en la nuca, a los pocos días llamaron de Sevilla varios miembros de su comunidad, algunos profesores del seminario, varios compañeros, al único teléfono que había en Miraflor en la oficina de Correos junto al molino de gofio, sus padres explicaron lo que había pasado, nadie dijo nada, no hubo explicación, tampoco justicia.

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