
«La noche no quiere venir para que tú no vengas, ni yo pueda ir. Pero yo iré, aunque un sol de alacranes me coma la sien».
Federico García Lorca
«(…) Antoñito Trejo lo tenía escondido en el alpendre del fondo del barranco de Lomo Verdejo, allí Manuel Ramírez llevaba dos semanas, acompañado de su mujer Delia Luján, los dos se habían casado hacía tres meses en la parroquia de Tafira dos semanas antes del golpe militar del 36. Militante de la Federación Obrera, había estado implicado en todas las huelgas que montó el activo movimiento obrero de la isla de Gran Canaria desde 1931, era conocido por su valentía para enfrentar los abusos de los terratenientes agrícolas, por ayudar y asesorar a nivel sindical a esa mayoría obrera que era analfabeta, casi esclava, trabajando de sol a sol por unas pocas pésetas. Ramírez estaba extrañado porque su amigo Trejo no aparecía por la zona con sus cabras, pasaron las semanas hasta que una tarde que subió a La Calzada a coger fruta se encontró cuando regresaba con un grupo de falangistas que traían detenida a su mujer. Manuel intentó escapar corriendo hacia las cuevas guanches del Barranco Guiniguada, pero se detuvo desde que escuchó los gritos de Delia. Se sentó sobre una piedra gigante y vio como la traían casi desnuda con las manos amarradas a la espalda, la ropa destrozada, llena de sangre. La mujer le gritaba que se fuera, que corriera, que ya no podía hacer nada por ella, pero Manuel no podía abandonarla. Entonces lo detuvieron y empezaron a darle golpes y patadas entre todos, luego en la casa de Periquito Mesa debajo de Lomo Blanco la violaron entre todos los fascistas en presencia de Manuel. Delia estaba embarazada de siete meses y tuvo una hemorragia, seguramente un aborto, eso no detuvo a los falanges que la siguieron abusando y golpeando hasta que cayó muerta. La violación buscaba que Manuel diera datos, nombres y direcciones de sus compañeros de la Federación, al final se convirtió en un acto de una brutalidad desmedida, ya sabían todo, no era necesario aquella salvajada. Cuando llegaron a la escuela de El Fondillo Manuel venía destrozado, yo intenté atenderlo con el botiquín que tenía para los niños pero no me dejaron, se estaba desangrando por una herida profunda en la ingle producida por una bayoneta, me pidieron agua para los que se fueron muy asustados, el sindicalista estaba muy pálido, me miró y movió la cabeza como diciéndome que todo estaba decidido, más tarde me dijo en un susurro: -Don Joaquín yo ya estoy muerto, no se complique la vida- En un ratito fue cerrando los ojos y se murió engruñado en el suelo como un pajarito…»
Testimonio de Joaquín Sastre Colón, maestro de escuela andaluz destinado en la zona centro de Gran Canaria durante los años del genocidio.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, en Guadix, Granada, el 18 de marzo de 2005.
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