
«Algunos camaradas como el conocido poeta comunista se afiliaron a Falange a los pocos días del golpe fascista haciendo carrera y ocupando cargos de tanta importancia como la jefatura provincial de prensa y propaganda».
Antonio Cabrera Espino, preso político en los años del genocidio canario
Como hienas traidoras hacían cola en la calle Albareda de Las Palmas para coger el carné falangista y librarse, según ellos, «de que los torturaran, fusilaran o desaparecieran», un acto vergonzoso para quienes habían militado durante años en organizaciones revolucionarias, participando en muchas de las huelgas agrícolas de la isla redonda y otras movilizaciones desde 1929, firmaban y recogían el uniforme azul presurosos mientras eran asesinados miles de canarios por los fascistas en cada rincón de la geografía insular.
Mi abuelo Juan Tejera Pérez los calificaba directamente de «hijos de puta cagones», me decía los nombres y me sorprendía que algunos años después hubieran vuelto a la clandestinidad contra la dictadura, con el estigma de ser colaboradores de la brutal matanza contra un pueblo desarmado, blanqueando su traición e incluso hoy en día protegidos por las propias organizaciones progresistas, siendo casi un pecado nombrarlos, describir lo que hicieron, que sigan teniendo las manos manchadas de sangre vivos o muertos sin que hayan sido juzgados por la historia y por el pueblo que no olvida ni perdona las brutales aberraciones cometidas.
Resulta cuanto menos curioso tropezarte con los hijos de estos fascistas de «tapadillo», ocupando cargos públicos en gobiernos supuestamente «izquierdistas» y que sean los que por ejemplo bloqueen cualquier posibilidad de exhumar a tus familiares de una fosa común. Nada es casual, el nazismo isleño sigue vivo, sus herederos de todo el abanico político ejercen de encubridores de los crímenes de sus padres.
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