8 junio 2023

Lluvia en diciembre

Unos niños ante un cartel de Francisco Franco durante la dictadura franquista. ©UGT

«Miles de niños fueron robados durante la dictadura española por motivos políticos, luego, incluso ya en democracia, se desarrolló un negocio con los bebés secuestrados. “¿Mi hijo murió o me lo robaron médicos o curas?”

Jesús Moreno Abad

Carmelo Jiménez y su hermanito Luis, llegaron a la casa junto a la catedral de Las Palmas en un coche negro con dos banderitas de Falange en el capó delantero, los traían desde el barranco de Guayadeque donde vivían con su familia. Los niños habían presenciado la semana anterior la detención de sus padres por parte de los hombres del Conde, no podían borrar de su mente como los sacaron a patadas de la casa-cueva, la soledad, el abandono en Cuevas Muchas, la posterior acogida en la vivienda de Carmita Bordón, la señora mayor que trabajaba la cerámica de los antiguos.

Se pasaron llorando más de siete días seguidos porque sabían que no los volverían a ver, que de la forma que los detuvieron seguro los habían asesinado esa misma noche, recordaban a su madre semidesnuda cuando le rompieron la boca para abusarla allí delante de los chiquillos en el camastro de la abuela, los culatazos en la cabeza de su padre cuando intentó detener la violación.

El caserón del barrio de Vegueta se veía que era de gente rica, ellos nunca habían estado en un sitio así, tenía un patio interior con un montón de helechos enormes colgados bajo las balconadas de madera de tea, al fondo había un monito pequeño amarrado por la barriga que no dejaba de mirarlos con pena, como si el animal supiera que lo que sucedía era triste.

Los tuvieron en el patio sentados en un banco de madera casi tres horas, un monaguillo les trajo medio bocadillo de queso para los dos, Luis no comió, llevaba días sin poder tragar ningún alimento, tampoco podía hablar aunque lo intentara, se le había bloqueado la garganta como quien tiene un atasco de pena en sus entrañas.

A media tarde entró un hombre alto con bigote vestido de Falange dando vozarrones, se veía que era un jefe porque venía con una comitiva de hombres armados que lo rodeaban, se acercó a los chiquillos y les ordenó que se levantaran y se pusieran firmes, entonces les miró los dientes metiendo sus dedos que olían a carne mechada en sus labios, luego les tocó las espaldas, los glúteos, las piernas, sus sexos, diciendo:

-Aquí sacaremos una buena tajada, aunque el chico parece retrasado, los venderemos bien-

Luego vinieron dos curas viejos que le hicieron al hombre el saludo brazo en alto, luego se abrazaron riéndose y diciéndose bromas sobre una borrachera de la noche anterior en un bar de la calle 18 de julio. Los de la sotana hablaban de precios y de familias interesadas en comprar «carne fresca», nombraron a un tal Santiago Bello de Tenerife:

-¿Ese no es el maricón chicharrero que le gustan los niños?- dijo el falangista entre carcajadas.

-Camarada el negocio es el negocio, es un hombre de bien aunque tenga el culo suelto- exclamó el cura más gordo entre risas.

Los hermanos observaban atónitos la conversación en posición de firmes como varas, les temblaban las piernas de miedo, Carmelo se había orinado encima. Sin avisar comenzó a caer una suave lluvia sobre el barrio colonial, un agua muy fría en pleno diciembre del 37, aquel líquido divino les refrescaba a los niños las mejillas repletas de lágrimas.