
Fuerzas regulares indígenas durante la Guerra Civil
«(…) Me encontraba con este militar en el cruce de carreteras de Navalcarnero cuando dos muchachas españolas, que parecían no haber cumplido aún los veinte años, fueron conducidas ante él. Una de ellas había trabajado en una fábrica de tejidos de Barcelona y se le encontró un carné sindical en su chaqueta; la otra, de Valencia, afirmó no tener convicciones políticas. Después de interrogarlas para conseguir alguna información de tipo militar, El Mizzian las llevó a un pequeño edificio que había sido la escuela del pueblo, en el cual descansaban unos cuarenta moros. Cuando llegaron a la puerta, se escuchó un ululante grito salido de las gargantas de los soldados. Asistí a la escena horrorizado e inútilmente indignado. El Mizzian sonrió afectadamente cuando protesté por lo sucedido diciendo: “Oh, no vivirán más de cuatro horas.«
John Whitaker, periodista norteamericano de la revista Foreign Affairs (1942)
Eran más de cien mil marroquíes los que trajeron a España en aviones españoles y alemanes, tipos de los pueblos más miserables entre los 16 y los 50 años, reclutados en las cabilas del Protectorado del norte y en los empobrecidos poblados de Ifni, hombres sin escrúpulos que donde llegaban causaban estragos: cortar pescuezos, violar niñas y mujeres sin contemplaciones, robar, saquear, llevar a cabo la mayor de las violencias sobre cada pueblo, cada barrio, cada ciudad tomada por el ejército golpista.
Los moros que trajo Franco eran criminales de lesa humanidad dispuestos a todo «¡Volveréis a vuestros pueblos con babuchas de oro!», les había prometido el genocida caudillo, pero cuando terminó la contienda los echó a patadas, exaltados por los mandos del ejército español, que les prometían todo tipo de falacias que nunca se cumplieron, luego los repatriaron y licenciaron como basura, con más de 20.000 muertos en combate y miles de mutilados.
Aquel reclamo no era patriótico, era económico: una paga que rondaba las 180 pesetas al mes, con dos meses de anticipo, cuatro kilos de azúcar, una lata de aceite y tantos panes como hijos tuviera la familia del alistado. Empujadas por el hambre, miles de familias enviaron a sus hijos al matadero.
El daño que causaron jamás será olvidado, pueblos enteros de España masacrados, cientos de miles de mujeres y niñas violadas y asesinadas salvajemente, su brutal exaltación era económica, sus asesinatos monetarios, por eso jamás podremos perdonarlos, aunque se estuvieran muriendo de hambre, jamás se podrá justificar su activa y sanguinaria participación en el genocidio fascista.
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