
«Un barredor de tristezas, un aguacero en venganza, que cuando escampe, parezca nuestra esperanza…»
Silvio Rodríguez Domínguez
«(…) El cielo se puso tan negro sobre La Isleta que parecía que estuviera llegando el fin del mundo en aquel octubre del 36, el viento movía las chabolas del campo de concentración, los falangistas y militares se refugiaban como podían de las gotas gordas de lluvia impregnadas de arena del desierto, era un huracán, un temporal jamás visto en la isla, que hizo que la brutal normalidad de torturas, golpes y crímenes diarios se truncara, nos dejaron refugiarnos desde mediodía por que era imposible estar fuera, no había forma de controlar a cada hombre detenido, entonces aprovechamos Antonio Miranda «El Cubano» y yo para escapar sobre las dos de la tarde cuando todo se oscureció, tanto que parecían las nueve de la noche, el viento levantaba todo, arrasaba por cada refugio, el polvo se metía por todas las ventanas, vimos varias puertas volando, la bandera franquista parecía levitar sobre el cielo y varios fascistas corriendo para intentar colocarla de nuevo en el mástil. Cuando comenzó la lluvia más fuerte, los truenos y relámpagos, salimos arrastrándonos como lagartos, ningún compañero más se quiso sumar por miedo a las represalias que se pagaban con la vida, pero ya no teníamos nada que perder, en unos instantes nos quedamos del color de la tierra y tiramos hacia las cuevas de la montaña, donde metían parte de los cadáveres que iban asesinando cada día, saltamos la alambrada que daba hacia las playas del Confital, no se veía nada por la lluvia y las nubes negras, desde allí divisamos el mar y parecía un maremoto, olas gigantescas que rompían en la orilla creando montañas de espuma blanca, corrimos hacia la costa y nadie se percató de nuestra huida, en el campo se quedaron los falanges acurrucados en sus pabellones, nosotros seguimos corriendo sin parar entre los goterones que nos golpeaban en la cara y la cabeza. Miranda tenía una hermana en la calle Sagasta, allí llegamos como dos monstruos de barro, nadie nos vio entrar, María nos refugió, nos bañamos y cambiamos de ropa, sobre las siete de la tarde pudimos salir entre la lluvia a la casa de Soledad Falcón en Guanarteme, cerca de la Playa de Las Canteras, era la esposa de un compañero de la CNT arrojado a la Sima de Jinámar, allí nos quedamos, abrigados, consternados, sin capacidad para contar los días y los meses, allí empezó nuestra nueva vida…»
Testimonio de Santiago Rodríguez Pestana, funcionario y escribiente, vecino de Tasarte, municipio de La Aldea de San Nicolás, Gran Canaria.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, el 7 de agosto de 1999, en Betancuria, Fuerteventura.
Si se conociera deberas estas atrocidades, si se enseñaran en los institutos, no existiria la posiblidad de escuchar la extrema derecha en este paìs, pero por desgracia este pais tiene un sistema podrido desde sus comienzos.