10 junio 2023

La matanza de El Dragonal

Puente de El Dragonal (Fedac)

«Iban los de Falange por los barrios y pueblos perdidos de la isla de Gran Canaria deteniendo a miles que luego serían asesinados, sin compasión se los llevaban, no había ruego que los parara, ni llantos, ni tristezas eternas, su objetivo era matar, crear terror, arrasar por lo todo lo bueno de nuestra tierra».

Argimiro Reyes Santana

Ana Luisa Jiménez, se arrodilló ante el jefe falangista Domingo Melián Samsó, cuando en el pago del Dragonal Alto detuvieron a varios de los muchachos de la Federación Obrera, la pobre mujer muy conocida por ser artesana caladora, de las mejores de la isla, le pidió al nazi por su hijo, le rogó que se lo dejara o que se la llevaran a ella, pero que por favor no le quitaran la vida, la escena era dantesca bajo aquella lluvia atronadora de diciembre del 36, casi ni se veía por la cantidad de agua que caía, ella de rodillas, el fascista mirando sonriente:

-Chúpame la polla y después hablamos putona- le dijo el niño bien vestido de azul entre las risas del resto de falangistas junto al viejo puente que atravesaba el barranco de Guiniguada.

La mujer desesperada intentó por un momento desabrocharle el pantalón, pero el requeté la golpeó con la pistola en la cabeza dejándola casi inconsciente sobre el barro:

-No quiero que me infestes la pinga con tu boca de sucia roja- gritó mientras metían en el camión del cacique agrícola inglés Emiliano Bonny a los ocho detenidos.

La mujer, viuda y muy respetada en todo el municipio de San Lorenzo por ser muy buena persona, por sus habilidades con los hilos y las telas, no paraba de llorar, sabía que ya no vería más a su niño, un chiquillo de apenas diecisiete años, que aquellos fascistas iban a torturar para sacarle información, para después lanzarlo con un tiro en la nuca al fondo de cualquier agujero volcánico.

Cuando se los llevaban el vehículo patinaba sobre el baro, varias madres aullaban de dolor, dos esposas de los hombres más mayores, los hijos de los que se llevaban para siempre, que en silencio y con los ojos rojos de llanto no entendían aquella barbarie.